Ella no Está.
El reloj marcaba las diez, ninguna respuesta.
Alexander miraba el teléfono como si con solo desearlo pudiera hacerla aparecer. Cada tono rechazado le taladraba el pecho, cada silencio era una confirmación de lo que más temía: que Valentina estaba huyendo de él.
Apoyó las manos sobre el escritorio y cerró los ojos. Todo lo que solía darle control, los informes, las reuniones, el orden impecable de su vida, ahora solo lo asfixiaba. Porque ella no estaba.
La había visto apenas unas horas antes, con esa fragilidad que lo desarmaba. Su voz aún le resonaba en la cabeza.
Capaz necesitaba pensar
Pensar, esa palabra lo mataba.
Pensar en qué.
Pensar en quién.
Se levantó de golpe, dejando caer la pluma que tenía entre los dedos. La oficina le quedaba chica. Su propia casa, demasiado vacía. El mundo entero, inútil sin ella.
—No puedes seguir así —se dijo al espejo, buscando una versión de sí mismo que todavía creyera en el autocontrol. Pero no la encontró.
El reflejo que lo miraba estaba al borde