Refugio.
Valentina despertó con el corazón enredado en un torbellino de emociones. El sol entraba a medias por las cortinas, dibujando líneas doradas sobre las sábanas revueltas.
Por un instante, creyó escuchar la voz de Alexander, su respiración a pocos centímetros, pero no, solo el silencio.
El vacío del departamento era insoportable.
El teléfono vibraba sobre la mesa de noche, insistente, pero ella no tuvo fuerzas para mirar la pantalla. Sabía quién era. Sabía que si escuchaba su voz, no podría decirle lo que necesitaba decirle: necesito espacio.
Se giró sobre la cama, se cubrió con la sábana hasta la cabeza y dejó que el corazón latiera fuerte. Como si intentara escapar del pecho.
El reloj marcaba las ocho.
Luego las nueve.
Diez.
Ninguna palabra, ningún mensaje, ningún movimiento la ayudaba a calmar la tormenta.
Finalmente tomó el celular: una decena de llamadas perdidas de Alexander.
tres de Lucca, y un mensaje de su compañera preguntando si asistiría a la oficina.
No. No hoy.
Tecleó con