Días de Tregua.
El reloj marcaba las diez cuando Elena, su hermana mayor, doctora y reina autoproclamada del sarcasmo, entró al departamento con un estetoscopio colgando del cuello y una bolsa de panecillos bajo el brazo.
—Dios mío, Valentina, pareces el tráiler de una película de desastres naturales —soltó, dejando la bolsa sobre la mesa—. ¿Te atropelló un tren o el amor otra vez?
Valentina bufó desde el sofá, arropada con una manta y un nudo en la garganta.
—Gracias por la sutileza, doctora.
Elena alzó una ceja.
—No me agradezcas todavía, vine en mi hora de almuerzo y ya planeo facturarte esta consulta.
—Muy graciosa.
—Lo sé. —Se acercó, palpándole la frente con la parte interna de la muñeca—. No tienes fiebre. Lo tuyo es el virus del drama. De esos que solo se curan con comida, siestas y evitar hombres por setenta y dos horas.
Valentina sonrió por primera vez en todo el día.
—¿Setenta y dos horas exactas?
—Soy médica, confía en mí. —Sacó un papel del bolso y empezó a escribir con una letra ilegibl