Desarmado.
Alexander sentía un hormigueo en la nuca, un alerta constante que solo ella provocaba. No era solo Valentina frente a él; era la mezcla de vulnerabilidad y desafío que emanaba, la forma en que cada pequeño gesto suyo parecía calculado o, peor aún, inconsciente de la magnética tensión que se formaba entre ellos.
Cada paso que daba hacia ella era un riesgo, un recordatorio de que cruzar ciertas líneas podía ser peligroso, no solo profesionalmente, sino para lo que sentía él mismo.
La luz cálida de las lámparas colgantes reflejaba el negro impecable de su traje, pero su mente apenas registraba esos detalles. Lo único que importaba era ella: la manera en que ajustaba su chaqueta, cómo sus dedos jugaban con la servilleta, el temblor leve de sus manos.
Alexander tuvo que obligarse a respirar con normalidad, a no dejar que la anticipación lo delatara. Cada vez que sus ojos se encontraban con los de ella, sentía un escalofrío que le subía por la columna, una mezcla de deseo y miedo de perder