―¡Maldita sea!
Me acerco a toda velocidad, inspecciono el área y siento que la sangre dentro de mis venas se congela.
―¿Qué sucede, Lud?
Pregunta Robert a través del pinganillo.
―¡Ese hijo de puta está dentro de la casa! ―espeto con vehemencia―. Voy a entrar, el tiempo se nos acaba, Rob ―le indico mientras guardo el arma en la parte posterior de mi espalda. Me empujo con fuerza entre la maleza y sigo el camino que conduce hacia la parte más baja del terreno―. ¡Necesito que ubiquen a ese hijo de puta y me den su posición!
Mi pecho sube a toda velocidad. Desciendo por una cuesta empinada y me cuelo a través de las rocas para acceder por un camino intrincado y peligroso ubicado al borde de los riscos. Un resbalón y será todo para mí.
―Georgiadis, está buscando al objetivo ―me indica con preocupación―. No te arriesgues innecesariamente, Lud.
Ignoro su sugerencia.
―Vigila y asegúrate de que no haya cómplices escondidos en los alrededores ―le indico con la voz agitada―, pero no te interponga