Dos semanas después
―Mueve tu jodido culo, Lud, y sal de esa m*****a cama.
Gimo debido al intenso dolor que hace palpitar mi cabeza y la tiene a punto de estallar. Tiro con disgusto de la sábana y doy la espalda cuando Rob abre las cortinas y permite que los rayos del sol se cuelen a mi habitación, invadiendo todos los rincones. Siento que mis corneas se derriten en cuanto la luminosidad impacta directamente contra ellas.
―Vete a la m****a, entrometido ―espeto enojado―, déjame en paz o juro que me levanto de esta cama y parto tu bonito rostro a puñetazos.
A pesar de mi mala actitud y de cualquier amenaza que le lance, no está dispuesto a darse por vencido.
―¿Crees que te queden fuerzas suficientes para abandonar ese puto desastre en el que te la has pasado metido las dos últimas semanas y demostrarme lo hombrecito que eres?
Aquellas palabras exacerban mi irritabilidad y hacen palpitar mi cerebro como bomba de tiempo. Mi mandíbula se contrae debido a la ira que me provocan y mis dientes