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Capítulo 4 – Champagne bajo la lluvia

**Jasper**

Me desperté con el cielo gris y el alma ligera. Hoy no tenía clases (ya me gradué hace meses, gracias a Dios) y, por primera vez en semanas, tampoco turno en el restaurante. Día libre. Oro puro.

Llegué al apartamento, tiré la chaqueta en el sofá y abrí la nevera.

—Vacío como mi cuenta de ahorros —me dije riéndome solo.

Agarré las llaves y bajé al supermercado de la esquina. Cargué camarones frescos, pasta fettuccine, crema, vegetales, una botella de champagne barato pero decente y una bolsa de plátanos verdes pa’ los tostones. En esta casa no se jode con la sazón.

Volví, puse Aventura bajito y me puse a limpiar como loco. Aspiré, barrí, trapeé, até el baño con el ambientador de lavanda que Lena dejó. Quería que cuando ella entrara dijera “coño, este hombre sí sirve”.

A las seis la cocina ya era un paraíso: pasta en salsa blanca con camarones dorados, tostones crujientes, ensalada con vinagreta de mostaza y miel. La mesa puesta, luces bajas, todo listo.

**Elena**

La lluvia caía como si el cielo se hubiera roto. Estaba atrapada en la facultad, mirando por la ventana como idiota.

—Esto no va a parar nunca —me quejé.

Victoria Montenegro se acercó con esa sonrisa de reina.

—Lena, ¿vives cerca?

—Sí, a unas cuadras.

—Pues súbete con nosotras, trajimos carro. ¿Verdad, Carla?

Carla asintió.

—Nadie merece mojarse con este diluvio, mami.

Dudé dos segundos, pero terminé aceptando. En el camino hablamos m****a, reímos, intercambiamos números. Me invitaron a una fiesta el sábado. Dije que sí sin pensarlo mucho.

Me dejaron en la puerta del edificio. Subí las escaleras muerta de frío y con el estómago rugiendo como león.

Abrí la puerta y… me quedé muerta.

El apartamento brillaba. Olía a limpio, a hogar, pero sobre todo a comida de verdad. Jasper estaba en la cocina sirviendo platos como si fuera chef estrella Michelin.

—¿Qué carajo…? —murmuré cerrando la puerta.

Él se giró con esa sonrisa que me desarma.

—Bienvenida a casa, pelirroja. Te hice la cena.

Lo miré de arriba abajo.

—¿Tú limpiaste todo esto?

—Del piso al techo. Tenía día libre. No quería que siguieras pensando que soy un flojo de m****a.

Me quedé mirándolo. Algo se me apretó en el pecho. Esa dedicación callada, ese esfuerzo que no pide nada a cambio… me llegó directo.

—Voy a ducharme y bajo —dije, subiendo rápido porque no quería que viera que se me aguaron los ojos.

**Jasper**

La vi subir las escaleras y me quedé como pendejo mirando. Bajó diez minutos después con una camiseta mía ancha, el pelo recogido en un moño loco y los pies descalzos. Se veía tan de casa que me dolía.

Le serví la copa de champagne.

—¿Qué celebramos? —preguntó sentándose.

—Que sobrevivimos otra semana en esta ciudad hijueputa. Que estás aquí. Que la pasta no se me pasó… todavía.

Chocamos copas. Bebimos. Comimos sin prisa, hablando m****a, riéndonos de todo y de nada.

—¿Sabes qué es lo más loco? —le dije de pronto, mirándola fijo.

—¿Qué?

—Que nunca pensé que un apartamento tan pequeño pudiera sentirse tan grande cuando estás tú dentro.

Ella bajó la mirada, sonrió chiquito.

—No te pongas cursi, Hernández.

—No es cursi. Es verdad.

Se quedó callada un segundo, luego levantó la copa otra vez.

—Brindemos por eso entonces. Porque esto… esto ya se siente como hogar.

Brindamos de nuevo. La lluvia seguía cayendo afuera, pero adentro el calor subía lento. Y ninguno de los dos quería que parara nunca.

Y así, entre pasta, champagne y tostones crujientes, seguimos construyendo algo que ya no podíamos seguir llamando “solo convivencia”.

**Entre risas, luces apagadas y una verdad que arde**

**Elena**

La cena fue un puto éxito. Los platos vacíos, la botella de champagne casi muerta y yo sintiendo que me flotaba la cabeza. Jasper trajo la segunda botella con esa sonrisa de “te voy a joder rico esta noche” que ya me conocía de memoria.

—¿Otra copa, señorita Vargas? —dijo con voz de galán barato, como cuando éramos niños y jugaba a ser Romeo.

—Dale, señor Hernández, que la vida es corta y el champagne está frío —le contesté, tirándome en el sofá como si fuera dueña del mundo.

Puso una película cualquiera en N*****x. Ninguno la vio. Estábamos hundidos entre cojines, las piernas enredadas sin querer, el alcohol subiendo y las risas saliendo solas.

—¿Te acuerdas cuando te caíste de la bicicleta por mirar a Mariana en bikini? —le solté, y me dio un ataque de risa.

Él se tapó la cara.

—¡No jodas, Lena, no me recuerdes esa m****a! ¡Me sangró la nariz, coño!

—¡Parecías endemoniado! ¡Te salía sangre como película de terror!

—¡Porque me di contra un poste, idiota!

Nos matamos de la risa. Yo me agarraba la barriga, él se limpiaba lágrimas. De repente me miró serio, los ojos oscuros brillando.

—Estás hermosa cuando te ríes así —dijo bajito.

El aire se puso pesado. El champagne me quemaba en la garganta. Lo miré y sentí que me iba a explotar el pecho.

Y de repente… ¡paf! Se fue la luz. Todo negro.

—¿Qué m****a? —murmuré.

—¡El universo está borracho igual que nosotros! —rió él.

Solo entraba la luz de las farolas por la ventana. Me acerqué tanteando y terminé pegada a su pecho. Su olor, su calor… me pegó de golpe.

—¿Tienes miedo, pelirroja? —susurró ronco.

—No, contigo no —contesté, y el corazón me latía en la garganta.

**Jasper**

La tenía pegada, el aliento en mi cuello, el cuerpo temblando un poquito. No aguanté más. La agarré por la nuca y la besé. No fue beso de amigos. Fue beso de “te quiero comer viva desde hace años”.

Ella abrió la boca al instante, me devolvió el beso con hambre, lengua contra lengua, dientes chocando. Le mordí el labio, ella me jaló el pelo.

—Coño, Lena… —gruñí contra su boca.

—Cállate y bésame —me mandó.

La tiré en el sofá, me subí encima. Le quité la camiseta de un tirón. Sus tetas perfectas quedaron al aire, pezones duros. Bajé la boca y le chupé uno, luego el otro, mordisqueando hasta que se arqueó y soltó un gemido que me puso la verga como piedra.

—Jasper… no pares, carajo…

Le bajé los shorts y las bragas juntas. Estaba empapada. Metí dos dedos directo, la encontré caliente, resbalosa. La follé con los dedos mientras le lamía el cuello.

—Estás mojada pa’ carajo… ¿desde cuándo me quieres así, eh?

—Desde siempre, cabrón… —jadeó, clavándome las uñas.

Le abrí las piernas más. Saqué los dedos y me los metí a la boca, chupando su sabor mirándola fijo.

—Sabe a ti… y me encanta.

Me quité la camiseta y el pantalón en dos segundos. Ella me agarró la verga por encima del bóxer y apretó.

—Quítate eso ya —ordenó.

Obedecí. La verga salió dura, latiendo. Ella la agarró, me masturbó lento, mirándome con esos ojos azules que me matan.

—Te quiero dentro ya —susurró.

La penetré de una estocada lenta, hasta el fondo. Los dos soltamos el aire juntos.

—Joder… estás apretada… perfecta…

Empecé a moverme fuerte, profundo. El sofá crujía. Ella me clavaba las uñas en la espalda, gemía en cada embestida.

—Más rápido… así… no pares, Jasper…

La puse de lado, levanté una pierna y entré de nuevo por detrás. Una mano en su teta, la otra en su clítoris frotando duro. Ella gritaba mi nombre, se retorcía.

—Voy a venirme… ¡no pares!

—Vente pa’ mí, Lena…

Explotó temblando, apretándome tanto que casi me saca el alma. Yo la seguí dos embestidas después, enterrado hasta el fondo, vaciándome dentro con un gruñido largo.

Nos quedamos pegados, jadeando, sudorosos.

La luz volvió de repente.

Nos miramos. Ella con el pelo loco, yo todavía dentro de ella.

—¿Y ahora qué? —preguntó ronca.

—Ahora te tapo con la manta y no te suelto nunca —le dije, besándola otra vez.

Y entre el olor a sexo, champagne derramado y la lluvia que ya paraba, supimos que ya no había vuelta atrás.

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