Antes de que Johnny pudiera insistir, Brenda ya estaba bajando al primer piso de la mansión.
Cada escalón parecía más frío que el anterior, y ese escalofrío —el mismo que había sentido antes, ese que se le metía bajo la piel como un insecto persistente— volvió a apoderarse de su cuerpo.
Deseaba evitarlo.
Con todas sus fuerzas.
Como quien desea evitar un accidente ya inevitable.
Pero lo que realmente la paralizaba era la mirada de Johnny: una mirada hambrienta, devoradora, de esas que no buscan a una persona, sino algo que pueda poseerse.
Sintió un impulso urgente de correr, de escapar sin mirar atrás.
Pero no llegó lejos.
Cuando *p*n*s comenzaba a moverse, Johnny fue más rápido. Más audaz. Más él.
En un parpadeo la acorraló contra la pared, dejándola sin aire, como si la casa entera se hubiera cerrado sobre ella.
Brenda lo miró a los ojos y, por un segundo, se odió a sí misma.
Se regañó en silencio, llamándose tonta, ingenua, cualquier cosa que justificara lo injustificable.
¿Cómo era