Mundo ficciónIniciar sesiónA la mañana siguiente, Brenda despertó de golpe cuando su tía abrió la puerta a las nueve y diez de la mañana.
Llevaba semanas sin ir a la preparatoria. Ángela ya estaba cansada de rogarle, de repetirle que debía “honrar la última voluntad de tu madre”, como si esas palabras fueran un mantra sagrado y no una herramienta para controlarla.
La muy hipócrita sonreía como si nada hubiera pasado entre ellas en los últimos cuatro años. Como si Brenda no hubiera escuchado aquella llamada que lo cambió todo.
Faltaba un año para que Brenda cumpliera dieciocho años. Un año para liberarse de ella. Entonces podría echarla de la casa, borrar su presencia de su vida y reclamar lo que le pertenecía por derecho.
—Buenos días, chimuela —entonó Ángela con un tono dulzón que arañaba los oídos—. Arriba, vamos. Hace un día precioso y quiero que salgamos juntas a comprar. Salió la nueva colección de botas de Mario Hernández y muero por tenerlas. Será mi regalo de cumpleaños —ya sabes, es mañana—, así que ven conmigo.
Brenda, todavía tibia bajo las cobijas, la miró con los ojos entornados. La dulzura repentina de Ángela le provocaba un ardor en el pecho, una mezcla de rabia y náuseas. Quiso decirle que no. Quiso hundirse más en la cama y borrar su voz. Pero algo en su cuerpo se tensó, como si cada palabra falsa de su tía encendiera una chispa dolorosa dentro de ella.
Ángela, por su parte, había preparado personalmente el desayuno: fruta picada, huevos revueltos y jugo de naranja sin azúcar. Un menú que jamás habría elegido Brenda por voluntad propia. Con solo verlo, sintió una punzada de repugnancia. No solo porque detestaba comer saludable en ese estado… sino porque lo había preparado ella.
¿Y si estaba envenenado?
La idea no le pareció tan absurda. Después de todo, según el testamento de su madre, si algo llegaba a pasarle, Ángela se convertiría en la única heredera de la fortuna. Una posibilidad demasiado tentadora para alguien capaz de mentir con tanta facilidad.
¡No se lo merecería!
Pero Brenda no tenía aún la edad para hacerse cargo de sí misma. El abogado de su madre jamás rompería la palabra del testamento; se negaría a escucharla, por más que ella insistiera en alejarse de los colmillos afilados de su tía… y quizás de alguien más que estuviera moviendo los hilos en su contra.
—Mira, te preparé un desayuno saludable para que empecemos con tu dieta —insistió Ángela, dejando la bandeja sobre el escritorio de Brenda—. Debes volver a cuidarte, retomar el ejercicio, no desperdiciar la oportunidad que tu madre quiso dejarte en el mundo del modelaje. Tienes tanto potencial, mi vida… no podemos dejarlo escapar. Personalmente, yo me encargaré de que se haga de esa manera. Cueste lo que cueste, regresarás a tu vida de antes. Te lo prometo.
Dicho eso, se acercó a la cama con toda la intención de arrancarle las cobijas, como si pudiera forzar a Brenda a levantarse y, de paso, a obedecer. Pero Brenda logró ganarle esa batalla que tía Ángela daba por vencida.
—No, tía. No tengo ánimos de salir. Quiero seguir durmiendo. Ve tú, si tanto te interesa… pero a mí déjame en paz —respondió Brenda, con un filo en la voz que tomó a Ángela por sorpresa.
Aun así, no le costó demasiado ocultar lo que realmente sentía. Aquella mínima posibilidad de salir sin su sobrina parecía agradarle más de lo que quería admitir. Brenda lo vio en sus ojos: un destello de alivio, casi de satisfacción. Su tía no podría fingir por mucho más tiempo; tarde o temprano mostraría la verdadera cara que escondía bajo esa máscara de dulzura.
—Mm, de acuerdo—cedió Ángela—. Dejaré el desayuno en la cocina, por si bajas más tarde. Le pedí a Johanna que prepare cordon bleu con ensalada dulce para el almuerzo, y habrá gelatina sin sabor de postre. Recuerda: nada de comer entre comidas. No te hace bien, y solo complica tu proceso para bajar de peso. En fin… no hagas locuras mientras no estoy. Besos.
Se inclinó para besarle la frente. Sus labios secos rozaron la piel de Brenda, y un estremecimiento de repulsión le recorrió el cuerpo, acompañado por un nudo de náuseas que le subió hasta la garganta.
Veinte minutos después, su tía había salido de casa, dejando a Brenda solamente acompañada por Johanna, ya que su tía se había adueñado de Jason, el chofer, por esa tarde y quién sabe hasta qué horas.
A las diez y cinco minutos de la mañana, Brenda salió de su habitación, todavía en pijamas de Mickey Mouse, que comenzaba a vérsele muy apretada por el sobrepeso que ya era evidente, bajó a la cocina, y con una sonrisa y un cálido abrazo, como si fuesen abuela y nieta que se tenían un amor incondicional la una a la otra, Brenda saludó a Johanna quien estaba dejando listo el cordon bleu para el almuerzo.
—Hola, mi niña. ¿Cómo dormiste anoche? Pensé que saldrías con tu tía al centro comercial, me sorprendió verla salir sin ti.
—Hola, Jo. No, ni me preguntes por ella, no quiero saber nada de esa hipócrita, con tan solo escuchar su nombre, quiero devolver el estómago inmediatamente—dijo Brenda haciendo cara de desagrado, mientras que se disponía a conseguir los ingredientes para prepararse un sándwich como a ella le gustaban.
—Espera un momento, ¿No piensas comer de lo que te sirvió tu tía de desayunar? Mi niña, tienes que comer mejor, no podemos continuar con esa actitud que tienes desde…—Jo lo iba a decir, pero al recordar como estaba Brenda por esa situación, prefirió cambiar de tema—Debes de comer más sano. Si quieres puedo prepararte otras cosas más… saludables.
Ya era muy tarde, Brenda estaba preparándose un sándwich, ignorando por completo el consejo de su nana.
Brenda comió en silencio, mientras veía a Johanna terminar el almuerzo.
—¿Te molesta si invito a mis amigas a pasar la tarde en la casa?—preguntó Brenda emocionada.
Johanna negó con la cabeza.
—Claro que no, es tu casa. Puedes traer a quien tú quieras. ¿Quieres que prepare unas botanas para una tarde de películas?—ofreció la nana con amabilidad.
Brenda sonrió y asintió.
Luego, se fue a su habitación, cogió su celular, y escribió al grupo de W******p que compartía con sus amigas de la escuela de modelaje a quienes no veía desde hace mucho tiempo, pero con quienes, muy de vez en cuando, chateaban cuando podían.
Brenda envió el mensaje al grupo.
Esperó.
Cinco minutos después, cada una de sus seis amigas, respondieron su mensaje, pero solo tres de ellas, aparecieron esa tarde en su casa, a las dos y media en punto, para celebrar una noche de películas, llevándose la peor sorpresa de sus vidas.
Y quizás, viviendo la peor pesadilla para una modelo principiante como lo eran ellas.







