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Ambición & Venganza
Ambición & Venganza
Por: Lyanna_
1 — Su Recuerdo Más Doloroso

Era la pasarela de Victoria’s Secret, preparada para revelar la nueva colección de lencería de invierno. Diciembre envolvía el recinto con su aire festivo; el mundo de la moda parecía vibrar con la promesa de un éxito que pronto recorrería el planeta entero.

—¡Mamá, te ves preciosa! ¡Espero algún día ser una gran modelo como tú! —exclamó Brenda Henderson con una mezcla de orgullo y deslumbramiento.

Gabriella Henderson, la modelo más aclamada de la última década, sonrió al escuchar la voz de su hija. Brenda, con apenas catorce años, brincaba de emoción en el interior del camerino, incapaz de contener la alegría de ver a su madre transformarse, una vez más, en una figura casi irreal bajo las luces del espectáculo.

Gabriella repasó su reflejo en el espejo con una concentración silenciosa, retocando el brillo escarlata de sus labios. La tonalidad roja resaltaba contra su piel pálida, como si hubiese sido diseñada para atraer miradas… o para ocultar secretos.

—Gracias, mi vida —respondió con dulzura, sin apartar la vista del espejo—. Y créeme: algún día serás tan buena como yo, quizá incluso mejor. Tienes talento, belleza… y una fuerza que pocos ven. Por eso te inscribí en la mejor escuela de modelaje del país. Estoy segura de que brillarás en todas las pasarelas.

Se giró hacia ella, esta vez dejando que la sonrisa alcanzara los ojos.

—Ahora ve a buscar a Ángela. El desfile comenzará en unos minutos y no puedes quedarte aquí. Pero antes de que te vayas… —tomó suavemente las manos de su hija— quiero que recuerdes algo. Siempre te he amado. Eres el regalo más hermoso que la vida me ha dado. Nunca lo olvides.

Brenda asintió, sin entender del todo, por qué aquellas palabras sonaban tan definitivas, casi como una despedida. Afuera, el murmullo de la multitud comenzó a crecer, igual que una marea que presagia algo inminente.

Brenda no podía dejar de sonreír mientras observaba a su madre desfilar con la seguridad de siempre. Sin embargo, algo en ella desentonaba, como una nota equivocada en una melodía perfecta. Gabriella sonreía, sí… pero no con el brillo deslumbrante que la caracterizaba. Y estando tan cerca de la tarima, Brenda pudo ver en los ojos de su madre un destello extraño, uno que no pertenecía a la emoción del momento ni al resplandor del escenario.

La lencería rojo escarlata —un conjunto inspirado en Santa Claus, tan impecable y ajustado que pareciera haber sido creado para su piel— se movía con ella mientras caminaba, pero aquel brillo en sus ojos no combinaba con el glamour del atuendo. Era tenue. Apagado. Como si algo en su interior estuviera fallando.

Y entonces, durante un solo parpadeo, el mundo se silenció para Brenda. Se apagó. Se detuvo. Aunque para los demás, todo siguió su curso normal.

Hasta que ocurrió.

Su madre se desplomó sobre la pasarela.

Sin un gesto, sin una palabra. Solo cayó. Inconsciente.

Los paramédicos irrumpieron casi de inmediato, llamados con desesperación por el presentador del evento. Brenda observó desde la baranda cómo uno de ellos presionaba el pecho de su madre con fuerza, intentando devolverle el ritmo, la vida. Pero al cabo de unos segundos eternos, aquel hombre levantó la mirada y negó con la cabeza. El gesto se clavó en ella con una violencia muda.

Brenda corrió hacia su tía y se hundió en sus brazos, llorando sin poder contenerse.

En el hospital, el médico no necesitó muchos rodeos. Confirmó que Gabriella había sufrido un infarto fulminante. Cuando la atendieron, ya era demasiado tarde, aunque el paramédico se había aferrado al último hilo de posibilidad con una desesperación casi heroica.

Aquella noche, Brenda no solo perdió a su madre. Perdió la última chispa de esperanza que la mantenía anclada a la idea de tener, algún día, una familia de verdad.

Nunca había conocido a su padre. Aquel hombre —un cobarde a quien apenas podía llamar así— la había abandonado antes de nacer. Para él, Gabriella no había sido más que un romance breve, una aventura de noches vacías. No la mujer con la que quería construir una vida. No junto a la hija que jamás quiso conocer.

La cremación de su madre fue un acto íntimo, casi silencioso. Solo asistieron Brenda, su tía Ángela y el reducido grupo de empleados que habían acompañado a Gabriella durante toda su vida, tanto en casa como en las pasarelas. La sala parecía demasiado grande para tan pocas personas, y el eco de cada palabra se perdía en un vacío frío que ninguna lágrima lograba llenar. Tres semanas después, Brenda fue invitada a un evento de conmemoración organizado por Victoria’s Secret, un homenaje que brillaba más por protocolo que por afecto. Tras eso, su vida volvió a su cauce… un cauce triste, solitario, y cada vez más oscuro.

Con el pasar de los días, Brenda dejó de asistir a la escuela de modelaje. Su desempeño cayó en picada, y sus maestras percibieron un aumento de peso que ella misma admitía con indiferencia. La ansiedad se convirtió en su compañera más constante: comía comida chatarra por impulso, abandonó el gimnasio y dejó que la rutina se desmoronara. Había perdido a su madre, pero también había perdido la disciplina, la ilusión y cualquier motivo para seguir aparentando que estaba bien.

Según el testamento de Gabriella, Ángela debía hacerse cargo de su sobrina. A Brenda no le molestó: siempre habían sido cercanas… o al menos eso creía. Hasta aquel día que cambió todo lo único bueno que a duras penas quedaba en su vida.

Fue una tarde común cuando bajó a buscar a su tía para pedirle algo de dinero. Quería ir sola al centro comercial, distraerse por unas horas, pues el estar en casa, teniendo tantos recuerdos, venirse a su mente de la hermosa vida que tuvo al lado de su madre, parecía querer enloquecerla. Pero antes de tocar la puerta del estudio, escuchó la voz de Ángela al otro lado. Parecía alterada, casi nerviosa. Brenda se detuvo, atrapada por la intuición.

—Sí… sí, lo sé —decía su tía en un susurro áspero—. Pero no puedo seguir ocultándolo. Tarde o temprano, Brenda lo descubrirá. Y cuando lo haga… Dios mío, no sé cómo va a reaccionar. Ni tampoco sé que será de nosotros. La he estado utilizando, su madre le ha dejado una gran fortuna como herencia, y no la podrá reclamar hasta los 18 años. Por tanto, de alguna manera, tenemos que aprovecharnos que soy su sucesora, así ella no descubrirá que he estado gastando su dinero, en mi vida personal y junto a ti.

El mundo de Brenda se contrajo. Aquellas palabras la atravesaron como un cristal roto. Algo estaba siendo ocultado. Algo grave. Algo que tenía que ver con ella.

Y en un instante, el corazón que ya estaba herido se le rompió en mil pedazos.

Su tía le había traicionado por ambición, y en efecto, Brenda no sabía muy bien cómo debía de actuar. Sin embargo, tarde o temprano, la vida se pondría de su lado, y, pase lo que pase, Brenda se juró a sí misma que nada, ni nadie, sería capaz de hundirla.

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