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3 — Lágrimas & Decepciones

Brenda no podía creer lo que estaba viviendo.

Sus amigas —las únicas personas que había logrado conservar desde hacía años— la estaban rechazando. Así, sin más. Como si de pronto ya no encajara en el pequeño mundo al que alguna vez perteneció.

¿Por qué?

—¡Brenda, por Dios! —chilló Britney, la más áspera del grupo, acostumbrada a sentirse superior gracias al poder de su apellido—. ¿En qué estabas pensando cuando decidiste descuidarte así? ¡Mírate! Estás… estás irreconocible. ¿Cómo esperas que te tomen en serio en una pasarela con esa apariencia?

Cada palabra era un látigo. Y Britney lo sabía.

Luciana, la otra parte del trío, una pelirroja teñida que siempre había presumido de tener “visión estética”, observaba a Brenda con un desagrado tan evidente que ni siquiera intentaba ocultarlo. Su expresión decía más que cualquier insulto: decepción, burla, rechazo.

Y Brenda se quedó ahí, paralizada, sintiendo cómo ese pequeño mundo que aún le quedaba… comenzaba a resquebrajarse también. Ella contuvo las lágrimas con todas sus fuerzas. No podía quebrarse frente a ellas. Si mostraba la mínima debilidad, las burlas y el acoso se multiplicarían hasta volverse insoportables. En ese mundo superficial, llorar era equivalente a rendirse. Brenda no iba a darles ese gusto.

En ese instante, Johanna apareció en la sala. Había escuchado los insultos desde la cocina y no tardó en intervenir. Para ella, Brenda siempre había sido como la nieta que nunca pudo tener —su hija, pese a los intentos, jamás pudo concebir—, y además sentía un profundo agradecimiento hacia Gabriella, quien la había acogido en su hogar cuando más lo necesitó. La señora Henderson siempre fue una mujer de corazón generoso, y Jo le había prometido silenciosamente que cuidaría de Brenda como si fuera sangre de su sangre.

Y lo cumpliría.

Por eso, al ver a esas dos muchachas destilando crueldad barata, algo en Johanna se encendió. No iba a permitir que hirieran más a Brenda. Ya había sufrido suficiente, demasiado, como para soportar el veneno de dos chicas frívolas que se atrevían a llamarse sus amigas.

—A ver, mocosas insignificantes —tronó Jo, clavando en ellas una mirada helada, por poco y amenazadora—. ¿Por qué no se largan a aprender algo de provecho? Por ejemplo, educación, porque claramente les hace falta. Y otra cosa: no vuelvan a acercarse ni a esta casa ni a mi nieta, o las demandaré por acosadoras. Ustedes deciden si irse por las buenas… o por las malas.

Jo se acercó a Brenda y la abrazó, permitiendo que la chica se desmoronara contra su pecho.

El dolor y la humillación acumulados en Brenda explotaron al instante, arrancándole un llanto desgarrador que ella ya no podía contener.

Las otras dos chicas fulminaron a la nana con la mirada, sintiéndose —como siempre— superiores. No compartían ni remotamente la idea de tratar con respeto a quienes les servían; para ellas, Jo no era más que una “gata” más, una figura que podían pisotear sin culpa.

—Mira, gata imbécil —escupió la pelirroja, furiosa, temblando por la rabia de haber sido enfrentada—. Deja de igualarte con nosotras. Usted no es nadie para venir a rebajarse a nuestro nivel. Así que más le vale respetarnos —exigió, con un tono que dejaba claro que estaba a un paso de levantar la mano contra Jo, incapaz de tolerar que alguien a quien consideraba inferior la hubiera confrontado.

Johanna puso los ojos en blanco, peor no les quitó la mirada de encima. En su bolsillo, siempre cargaba un walkie talkie que usaba con el chofer, y con el jardinero para comunicarse entre ellos a una distancia que no les permitiera hacerlo debidamente. 

—Anderson, por favor, venga inmediatamente a la sala de la casa. Necesito de tu ayuda, urgente—habló Jo por medio del walkie talkie. 

Como un rayo, Anderson, el jardinero, que era el único hombre en casa ya que el chofer, se había marchado de casa a cumplir con la señora Ángela, y no regresarían hasta la noche. Con un leve toque de agresividad, Anderson tomó a las chicas de los brazos, y con ellas oponiéndose bruscamente a que este las tocara, las sacó como pudo de la casa. 

Esa tarde, Brenda se la permaneció encerrada en su habitación, a duras penas probó bocado de su almuerzo favorito, y Jo la había consentido preparándole de sus palomitas de caramelo favoritas para que viera películas hasta que se cansara. 

A eso de las ocho y cuarenta y siete de la noche, tía Ángela había llegado a casa con el chofer cargando sus bolsas de compras y obligándolo a llevárselas hacia su habitación. 

Preocupada, Jo se acercó a la tía de Brenda, pensando que sería buena idea hablar con la “señora” de la casa. Pronto, se dio cuenta de su equivocación. 

—Señorita Ángela, disculpe que se lo diga, pero necesitamos hacer algo urgente por mi niña —insistió Jo con voz tensa—. Cada día está peor. Debemos llevarla a un psicólogo. No es normal que, después de tanto tiempo, siga resentida por la muerte de su madre. Y sí, lo sé… para ella fue un golpe devastador. La señora Gabriella fue una madre excepcional para Brenda, eran inseparables, y es natural que la extrañe. Pero ya ha pasado un tiempo, y es momento de que empiece a sanar esas heridas que aún tiene abiertas en el corazón. Cualquier cosa que le sucede la afecta profundamente, y me preocupa… me preocupa que pueda hacer alguna locura de la que todos nos arrepintamos —terminó Jo, la voz cargada de angustia.

Pero Ángela dejó claro su desinterés de la peor manera posible: no escuchó ni una sola palabra. En lugar de ello, permaneció absorta en su celular, enviando mensajes y sonriendo a la pantalla como si estuviera en otro mundo.

—Johanna, vamos. Déjala, estoy muy agotada de estarle rogando a esa chica. Si ella no quiere seguir adelante con su vida, yo no voy a desperdiciar mi tiempo con ella mientras pueda seguir manteniendo mi estilo de vida. Así que, desgastate tu si así lo deseas, pero a mi, no me molestes. Por cierto, no me prepares nada de cenar, comí en el centro comercial, solamente preparame mi té de chai como me gusta y llévamelo a mi habitación. ¿Quieres?

—Sí, señora. Ya mismo se lo preparo y lo subo a su habitación en cuanto esté listo. Con permiso. 

Resignada y desilusionada, Jo regresó a la cocina. Y mientras preparada el té de la señora, no dejaba de preguntarse, cómo le iba a hacer para convencer a la señorita Brenda de que estaba mal, y que necesitaba ayuda lo más pronto posible, antes de que fuera demasiado tarde.

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