Nolan

Hay en el ruido sordo de un reactor en tierra algo que me lleva de regreso a la infancia, una vibración profunda, casi orgánica, que atraviesa la caja torácica y golpea ese punto borroso entre el corazón y el estómago.

Siempre me ha gustado esa sacudida, incluso antes de saber por qué.

Tenía diez años la primera vez que vi despegar un avión, no quiero decir un avión en el cielo, no, hablo de uno de esos monstruos de acero que deja el suelo como un desafío lanzado a la gravedad.

Habíamos ido a buscar a mi tío al aeropuerto, mi madre llevaba su vestido azul, el que se ponía los días de buenas noticias, hacía calor y tenía las manos sudorosas, recuerdo la pista brillante, los gruesos cristales, las siluetas borrosas detrás de los cristales.

Y de repente, el retumbido.

Me quedé paralizado.

El 747 levantó sus costados lentamente, luego más rápido, y supe que eso era lo que quería hacer, lo que debía ser.

Ese día no dije nada, pero desde ese día todo lo que hice me llevó de regreso a