MILA
El aire de la cabina se ha vuelto irrespirable.
Todos fingen no ver nada. Pero sienten.
Sienten esa tensión sorda que sube, que se hincha, que roede el espacio.
Sienten que algo se ha fracturado.
Y yo, estoy aquí.
Sentada.
Silenciosa.
Con el corazón deshecho bajo una piel que no deja filtrar nada.
No me muevo.
Casi no respiro.
Porque si cedo, si dejo que la más mínima emoción atraviese la superficie, me derrumbo. Y no estoy segura de poder volver a levantarme.
Él está ahí.
No muy lejos.
Cada respiración de Nolan me llega como una onda eléctrica bajo la piel.
Pero no lo miro.
No quiero ver en sus ojos lo que temo encontrar.
La duda.
El asco.
O peor: la indiferencia.
Y luego, su voz.
Calma, fría, controlada al extremo.
— Mila.
Apenas levanto la cabeza.
Mi nombre, entre sus labios, suena como un reproche inapelable.
No me mira. O tal vez sí. Ya no soy capaz de saberlo.
— ¿Puedes traerme algo de comer?
Una frase banal.
Un tono casi desapegado.
Pero todo en él es un ataque. Una provoc