La mañana amaneció extrañamente tibia, como si el mundo —a pesar de todo— quisiera regalarnos un respiro.
Alice dormía abrazada a mí, su respiración tranquila todavía rozando mi clavícula. Después de todo lo que había pasado, después de haberla recuperado, después de haber pasado la noche amándola con esa mezcla de urgencia, alivio y miedo… sentía que renacía.
A las 7:30 bajamos a desayunar. Anne ya estaba en el comedor, impecable, con una taza de café frente a ella como si hubiera pasado la noche redactando estrategias para la guerra.
Porque eso era esto: una guerra contra la mentira, una que ya había cobrado demasiadas vidas. Junto a ella estaba mi mdre y David.
Alice se sentó a mi lado y apoyó su mano en mi muslo. La miré. Tenía los ojos todavía brillantes, como quien todavía no termina de creer que la noche anterior fue real.
—¿Dormiste bien? —le susurré.
Asintió.
Pero en su interior yo sabía lo que pensaba: “No queria que fuera con Isabelle . No otra vez. No hoy.”
Desayunamos e