Nunca olvidaré el sonido.
Ese grito desgarrado que rompió la paz artificial de la mansión de Anne, vibrando contra los ventanales como un animal herido buscando sangre.
—¡RICHARD! ¡DÓNDE ESTÁS! —la voz de Isabelle retumbó como un trueno histérico.
Salté del sofá antes de que alguien pudiera reaccionar. Alice se levantó a la vez, los ojos abiertos de puro terror.
—Ethan… ¿qué pasa?
Mi corazón se me encogió. No quería que viera a Isabelle así. No quería que sintiera ni un centímetro más de miedo del que ya le había causado todo este infierno.
—Alice, quédate aquí —le dije con la voz más firme que pude. Le toqué la mejilla—. No salgas. Pase lo que pase.
Ella negó con la cabeza, agarrando mi camisa, pero me obligué a apartarme.
No podía permitir que Isabelle la viera.
Ni que la lastimara.
Caminé hacia la puerta con el pulso golpeándome las sienes.
¿Cómo supo que estábamos aquí?
¿Quién le dijo?
¿De qué es capaz ahora?
Al abrir la puerta principal, la escena pareció sacada de una pesadilla.