Hay un silencio que no hace ruido, pero pesa.
Un silencio que no se escucha, pero se instala dentro del pecho como una piedra.
Ese es el silencio que llevo semanas arrastrando.
A veces me descubro intentando recordar su voz, y me aterra darme cuenta de que cada día la escucho menos clara.
Como si la memoria, cruel e implacable, buscara protegerme borrando lo que más amé.
Ethan.
La palabra todavía me quema por dentro.
Estoy frente al lienzo desde hace horas. No pinto con técnica; pinto con herida.
La tela es un campo abierto donde arrojo todo lo que no sé decir en voz alta.
Trazos furiosos, colores rotos. Y de pronto, sin quererlo, el azul profundo de sus ojos se adueña del cuadro.
Cierro los ojos. Y otra vez, llega el eco.
“Alice…”
No. No. Basta.
Pero mi corazón no obedece.
Estoy tan concentrada que no escucho cuando tocan la puerta. La apertura de la misma me hace girar con brusquedad, el pincel todavía en la mano.
—Soy yo —dice Arón, asomándose con esa mezcla de cautela y dulzura qu