24. No huele a renegada

24

Evelyn

Me desperté desorientada, con la visión de un techo inmaculadamente blanco. Intenté moverme, pero cada centímetro de mi cuerpo dolía intensamente, y mi loba descansaba y la vi durmiendo plácidamente en mi mente, exhausta. Apenas pude comprender lo sucedido cuando oí una voz baja, casi un susurro, decir:

—Despertó la loba.

No pude ver a quién provenía esa voz, pero su cercanía me heló la sangre. Con gran esfuerzo abrí los ojos, asustada, y me senté pese al dolor punzante que recorría mi cuerpo. Al hacerlo, noté que al menos tres pares de ojos me observaban con atención, como si cada uno quisiera descifrar mi estado.

—No huele a renegada —comentó alguien, con tono curioso y algo inocente, una loba adolescente.

—Eso es porque hace apenas unos días dejé mi manada —respondí, con voz ronca, cargada de cansancio y resignación.

El recuerdo de esa decisión me llenó de nostalgia y pesar. De repente, un ataque de tos me sacudió, y antes de que pudiera detenerlo, alguien se me acercó y
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