Epílogo
La cumbre había llegado a su fin con la tinta fresca de un nuevo tratado, firmado con manos humanas temblorosas y la fuerza indómita de los líderes mágicos. Aquel día quedó marcado en la historia no solo de las manadas, sino de toda criatura que habitaba los vastos bosques sagrados.
Los humanos, tras muchas negociaciones y advertencias, accedieron a retirarse. No con resignación, sino con una comprensión que, quizás, se había demorado demasiado en llegar. La sangre derramada, los cuerpos de sus soldados enterrados con respeto por manos mágicas, y la imagen inolvidable de Eva —de pie, altiva, rodeada de los suyos— les dejaron claro que esta tierra no era un campo para conquistar, sino un reino vivo con leyes más antiguas que cualquier constitución humana.
Eva, junto a Adara, fue reconocida no solo como portavoz de los licántropos, sino como una protectora del equilibrio natural. Y con los humanos retirados, había que reconstruir… y establecer las bases para evitar futuras amena