Gianna Davies fue ofrecida como ofrenda de paz cuando el plan de su manada fracasó y no lograron derrocar a los Ashbourne, líderes de la manada «La Luna susurrante». La infancia de la loba transcurrió en medio de humillaciones por los crímenes de su manada, pero sobrevivió. Gianna entrenó por su cuenta y no tuvo miedo de enfrentarse al joven Darragh Ashbourne, hijo del líder de «La Luna susurrante», pero perdió y como castigo recibió quince latigazos. Desde ese momento Darragh Ashbourne no pudo olvidarse de la pequeña loba que lo desafió y casi lo venció, pero no volvieron a hablar. Hasta esa noche, años después, cuando Darragh invita personalmente a Gianna a la fiesta de Año Nuevo. Él se disculpa. Ella lo rechaza. Pero en medio de esa disputa, la magia ancestral surge entre ellos y sienten algo nuevo fluir por sus venas, ¿acaso la leyenda es verdad y ellos están destinados a estar juntos? Sin embargo, su reencuentro se ve opacado por un misterioso ataque y pronto descubren que una nueva amenaza se cierne sobre ellos.
Leer másGianna no quería ir a esa fiesta, detestaba la simple idea de ver a los lobos de aquella manada que tanto daño le causaron desde que era una niña, pero, sobretodo, no deseaba ver a Darragh Ashbourne por nada del mundo.
Que la Diosa Luna la protegiera de ver esos ojos plateados que parecían atravesarte el alma.
La joven loba había logrado labrarse un humilde camino lejos de la manada de «La luna susurrante», la más antigua y poderosa del mundo, y no pensaba arrojarlo por la borda. Era como si ellos se hubieran olvidado de su existencia y no quería que eso cambiara.
Gianna era feliz con su modesto trabajo en la cafetería que estaba debajo de su humilde departamento en Queens, Nueva York, ¿por qué arriesgar todo eso?
Los recuerdos de aquellos tormentos continuaban adheridos en su memoria, así como en su piel; todavía poseía cicatrices de aquellas injusticias por las que tuvo que atravesar.
«Darragh Ashbourne», pensó y su corazón se aceleró, pero no por la emoción, sino por la incertidumbre.
Recordaba la sensación de aquella soga atada a sus muñecas mientras estaba sujeta a aquella madera en espera de los latigazos a los que fue sometida por atreverse a retar al hijo del alfa.
«¿Quién se creía?», podía leer en las miradas que todos los que la rodeaban mientras Gia suplicaba por perdón. Su voz aniñada, sumergida en el llanto, retumbaba en sus tímpanos mientras pedía por una clemencia que sería imposible otorgarle; ella sería un ejemplo para imponer respeto. En su inocencia se atrevió a responder el ataque de Darragh, quien apenas era un año mayor que ella, cuando debió simplemente recibir las agresiones y callar.
Pero Gianna no entendía por completo todavía su posición en la manada como un obsequio de paz; ella quiso defender su cuerpo, su dignidad y terminó peor.
«Por favor, por favor, Gia. No puedo ir sola, por favor», suplicó Beth por mensaje de texto.
Gianna leyó el mensaje, suspiró hondo y guardó el aparato en el bolsillo trasero de su pantalón ajustado. Bajó la puerta metálica de la cafetería y se sacudió las manos.
Beth no quitó el dedo del renglón, así que la llamó y Gia contestó de mala gana:
—No iré, Beth, no quiero verlos.
—Yo tengo que ir, lo sabes, será una ofensa terrible no asistir a la fiesta de Año Nuevo cuando nos han invitado a todos, pero Oliver estará ahí y no quiero enfrentarlo sola.
—Irás con tus padres, Beth, son los beta.
—Ya sé, pero no quiero estar pegada a ellos, por favor.
Gia suspiró. Beth era la única loba de la manada que jamás la trató mal, por el contrario, la defendió siempre que pudo, aun cuando Gia tenía dominada la situación.
Gia estaba en deuda con ella, lo sabía.
—No estoy invitada —dijo Gianna en un último intento por salvarse.
—Sabes que sí.
—No me llegó la invitación.
—Darragh nunca se olvidaría de ti, lo sabes.
Gianna volvió a suspirar. Era probable que la invitación estuviera en su correo electrónico, porque ya no estaba en la época medieval para enviarse palomas mensajeras, sino que todos los integrantes de la manada poseían un correo electrónico oficial que ella omitía revisar.
—Revisaré y si estoy invitada, iré, si no, pues no.
—Perfecto, paso por ti en treinta minutos.
Beth colgó.
Gianna odió la confianza con que su amiga estaba convencida de la invitación, quería que estuviera equivocada y que Darragh la hubiera olvidado; sin embargo, ahí mismo decidió revisar el correo electrónico desde el celular y comprobó que Beth estaba en lo cierto.
Darragh la recordaba y Gianna odió eso. No podía rechazar la invitación, sería considerada otra ofensa y no quería recibir un castigo por ello. Era más sencillo asistir y marcharse pronto, de esa forma continuarían ignorando su existencia y ella podría continuar siendo feliz.
La imagen del joven lobo la atormentaba, esa impasibilidad en su rostro aniñado mientras ella recibía aquellos latigazos por atreverse a responder el ataque. Gianna gritó durante los primeros diez, luego calló y fijó la mirada en él; sólo en ese momento lo notó vacilar.
Y en su presente aquellas cicatrices le produjeron un hormigueo, a veces sucedía; Gianna se preguntaba si era real o sólo imaginaciones suyas.
—Carajo —masculló Gianna.
Un hombre pasó por la calle; resguardaba algo en su chaqueta. Gianna adivinó que pensaba asaltarla, nadie podía resistirse a una inocente damisela sola en las calles oscuras de Queens.
Pero Gianna no era una inocente damisela.
La joven loba sostuvo la mirada del hombre y manifestó la energía ancestral que corría por sus venas; sus ojos se tornaron ámbar y el hombro corrió despavorido.
Gia sonrió con satisfacción y pensó que era una lástima que no pudiera espantar así a Darragh Ashbourne; ya no más. Atrás estaban los años en los que podía vencerlo en un combate, aquello ya sería imposible y ella lo sabía; además, como una buena omega su única misión era servirlo y adorarlo, por mucho que le costara entenderlo.
Gianna se vistió con su mejor vestido; lamentó no mirar antes esa invitación ni adivinar que Beth la obligaría asistir, así habría comprado algo un poco menos… revelador, pero ya no quedaba tiempo. Ella solía ser recatada con su ropa, pero ese atuendo fue un arrebato de seguridad y lo había usado en muy pocas ocasiones.
La joven loba se miró en el espejo completo detrás de la puerta de su habitación. El ceñido vestido rojo con el escote de corazón hacia resaltar su curvilíneo cuerpo que era resultado de sus extenuantes entrenamientos. Sin embargo, debía llevar la cabellera roja suelta sobre la espalda para esconder las cicatrices que portaba por su dura infancia.
Un collar, con una piedra azul, completaba el atuendo y combinaba con el mismo tono de sus ojos.
Pintó sus labios con un color rojo carmesí y sonrió.
Era hermosa, lo sabía, pero no siempre se sintió así, sino más bien como un bufón. No sólo estaba su encuentro con Darragh, sino que fue objeto de cientos de burlas y «bromas», como cuando le quemaron toda su ropa porque de seguro tenía sangre de «bruja»; tenía diez años y tuvo que usar la misma ropa por un mes.
«Unos traidores y unos fracasados», pensó Gia sobre su manada, ni habían logrado su cometido y ella estaba pagando los platos rotos.
El sonido del claxon interrumpió sus pensamientos. Gianna tomó su bolso, un abrigo y salió del departamento; descendió las escaleras con maestría y sonrió a Beth, quien aguardaba adentro de su precioso automóvil deportivo en color amarillo chillón.
Beth no sabía nada de discreción. Era una preciosa mujer rubia de ojos verdes que seducía a todos con una sonrisa inocente.
—Oh, por Dios, Darragh se babeará cuando te vea —rió Beth cuando Gianna subió al automóvil—. Su prometida arderá en celos.
Gia puso los ojos en blanco. Lo último que quería era ese tipo de atención por parte de Darragh, aunque comprendía la emoción de Beth; era el sueño de cualquier mujer de la manada.
—Son tal para cual.
—¿No te gusta ni un poquito? —tanteó Beth.
—No.
—Será el líder, Gia, ¿te imaginas? Serías la hembra alfa.
Gia soltó una risa cansada.
—La manada me mata primero antes de tolerar que fuera su alfa.
—Tendrían que matar primero a Darragh y eso lo veo complicado, amiga.
La pelirroja tragó duro y asintió. Darragh era un peleador formidable, el único al que no pudo vencer cuando eran pequeños, pero le bastaba con pensar en él para recordar el dolor en carne viva de los latigazos.
Gia sintió los nervios meterse en su cuerpo. Recordó la mañana cuando lo conoció, cuando Darragh sólo vio a una niña regordeta, pero que lo hizo callar con una despiadada pelea que la hizo ganarse quince latigazos por atreverse a desafiar al hijo del alfa.
Darragh intentó detener el castigo, claro, pero en las intenciones se quedó y tampoco hizo más por ella.
Desde entonces Gia lo evitaba, aunque Darragh intentaba encontrársela en los sitios más extraños. Incluso le mandó una rosa negra y roja para sus quince años, Gia fingió tirarla a la basura, pero la guardó y cuidó hasta que se marchitó.
Nunca volvieron a hablar. Sólo intercambiaron algunas miradas, nada más; no obstante, Gia sentía que esas miradas encerraban millones de palabras.
Y ahí estaba ella, camino a la fiesta de Año Nuevo de la manada que la molió a golpes, latigazos y humillaciones, todo por acompañar a Beth que no quería enfrentarse sola a su ex prometido infiel; sólo por eso iba, claro…
¿Claro?, no estaba tan segura.
Gia miró por la ventanilla mientras recorrían las calles de Nueva York en el automóvil deportivo de su amiga. Se preguntó si podría mentirse por completo si continuaba repitiéndose que sólo estaba asistiendo por acompañar a su amiga, «nada más» y así no aceptar la realidad de que el futuro alfa de la manada siempre la había inquietado más de lo adecuado a pesar del pasado complicado que compartían.
Jana estaba ahí, mirándola con sus ojos azules, idénticos a los de Gianna. Era como mirarse en un espejo roto. Gianna giró el rostro y vio a otra mujer junto a ella, parecida a ambas, pero con ojos de un azul más claro.Mark se encontraba detrás, con una expresión seria, y los siguió cuando entraron a la casa.Los recién llegados se tensaron al instante. Darragh, recargado contra la pared con los brazos cruzados, los miraba con una expresión severa que parecía congelar el aire. Al otro extremo estaba Irene, cuya mirada fija en Jana prometía que la persecución en el bosque no había terminado.Jana tragó saliva y se dejó caer en el sofá, acompañada por su madre y Mark. Sus movimientos eran lentos, cautelosos.Gianna tomó asiento en un sillón individual, frente a ellos. Durante unos segundos, organizó sus pensamientos antes de hablar.—Quiero saberlo todo —dijo finalmente con voz temblorosa—. Por favor.La madre miró a Jana, quien asintió con nerviosismo. Luego, la mujer comenzó a hablar:
Gianna llevó la taza de té hasta sus labios, disfrutando de cómo el calor de la bebida se deslizaba suavemente por su garganta. Envuelta en una cómoda chamarra que le brindaba una cálida protección, se sentía tranquila, aunque no hacía tanto frío como en otras épocas del año.Era verano en Chicago, y la brisa que soplaba desde el lago cercano añadía un leve frescor al ambiente. El vasto espejo de agua se extendía frente a ella.Gianna estaba en el balcón de una de las mansiones de los Ashbourne, un refugio frente al lago donde ella y Darragh pasaban su luna de miel. No habían podido disfrutarla inmediatamente después de la boda. Ser alfas de la manada conllevaba responsabilidades, y ambos se sumergieron de lleno en el trabajo. Asegurar que los lobos se sintieran protegidos y reconstruir los cimientos del grupo tras tantas pérdidas demandó más tiempo del que imaginaron.Habían perdido demasiado: amigos, familiares, incluso la confianza plena en la paz. Gianna recordaba con frecuencia l
Rowan odiaba las reuniones con hombres lobo. Siempre volvían a su forma humana y, en lugar de vestirse adecuadamente, solían cubrirse con batas de dormir. Para el vampiro, aquello se sentía como una incómoda fiesta de pijamas, pero no había otra opción.Darragh, ya transformado, se observaba en un pequeño espejo del estudio con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Físicamente, lucía exactamente igual que antes, pero él sabía que algo había cambiado.Gianna estaba a su lado, estudiándolo con atención. Sus ojos se movían de un lado a otro, buscando alguna diferencia en el rostro de su mate. Finalmente, se acercó lo suficiente para olfatearlo, rozando su nariz contra su brazo.—¿Qué haces? —preguntó Darragh, sonriendo con suavidad mientras inclinaba la cabeza para besarla en la coronilla.Ella no respondió, pero su vínculo le permitió entender que también notaba algo distinto. Físicamente, Darragh parecía el mismo, pero su conexión ahora era más intensa, más vibrante.Darragh apartó
El último aullido vino de Darragh, un sonido profundo, cargado de fuerza y dolor. Su ronco llamado resonó en el aire, vibrando en el pecho de todos los presentes. Era la proclamación del nuevo alfa. La manada lo sintió y lo aceptó.André, al verse enfrentado, lanzó un ataque desesperado. La batalla volvió a encenderse con una ferocidad renovada.Darragh enfrentó a André directamente. Aunque el traidor peleaba sucio y había traído consigo refuerzos que no dudaban en atacar al nuevo alfa, Gianna estaba ahí, cubriendo su espalda.La loba respondía a cada amenaza con movimientos precisos y brutales, su agresividad superando incluso a la de los machos más fuertes. Su entrenamiento y determinación brillaban en cada enfrentamiento, haciendo retroceder a sus enemigos.A través del vínculo, Gianna y Darragh estaban sincronizados de una forma que confundía a André. Los ataques a traición eran anticipados y repelidos sin esfuerzo, como si compartieran un solo cuerpo y una sola mente. Muy tarde,
Cornelia la tenía sujeta por el cuello a Nerea, sacudiéndola como si no fuera más que un muñeco de trapo. Kilian intentaba desesperadamente acercarse, pero un grupo de lobos bloqueaba su camino.Y entonces Darragh la vio. Gianna, o quien él creía que era ella, observaba la escena.El lobo negro no dudó. Corrió hacia ellos, destrozando a los enemigos con una rabia primitiva. Los lobos que lo enfrentaban sucumbían rápidamente ante sus mordidas, los huesos crujían con una facilidad aterradora. Su sola presencia sembraba el miedo; algunos retrocedían sin siquiera intentar enfrentarlo.Pero no fue lo suficientemente rápido.El último chillido de Nerea resonó en el aire como un eco interminable. Cornelia torció su cuello con un movimiento certero y dejó caer el cuerpo sin vida de la hembra alfa.Darragh rugió, una mezcla de dolor y furia que sacudió el aire a su alrededor. Sin detenerse, se lanzó contra Cornelia, derribándola con todo el peso de su cuerpo mientras Kilian corría hacia el cue
Gianna despertó en un remolino de confusión. El frío del suelo metálico de la camioneta se sentía áspero contra su mejilla mientras las vibraciones del vehículo resonaban en sus oídos.Intentó mover el cuerpo, pero estaba agotada, sus músculos parecían de plomo. Optó por quedarse inmóvil, su mente luchando por desentrañar qué había sucedido.Y entonces lo recordó.Esos ojos azules idénticos a los suyos, llenos de una intensidad aterradora.«Fue ella todo el tiempo», pensó Gianna, mientras un atisbo de energía le permitía levantar un poco la cabeza. Desde su posición, logró ver una ventanilla que daba al asiento delantero.—Está despertando —dijo una mujer al volante, con un tono de alarma.—Tendremos que volver a sedarla —respondió alguien desde el asiento del copiloto.—Cornelia dijo que con una inyección sería suficiente.—Pues evidentemente no es así, porque está…Un estruendo sacudió el techo de la camioneta. Las mujeres soltaron un grito al unísono.—¡¿Qué fue eso?! —chilló la co
Último capítulo