535. El filo y la ofrenda.
Narra Tomás Villa.
La tengo en mis manos, y en ese instante siento que todo lo que he construido, cada movimiento oculto, cada silencio sostenido y cada palabra dicha en su oído con esa cadencia que mezcla ternura y amenaza, me conduce inevitablemente a este momento, el único que importa, porque es aquí donde mi anhelo más íntimo, más oscuro, se une con la razón de mi existencia, el nombre que pronuncio en silencio cada vez que cierro los ojos: Ruiz.
Mi ídolo, mi maestro invisible, el hombre que me mostró con su sola presencia lo que significa el poder y lo que significa el deseo. Todo lo que hago, todo lo que he hecho, no ha sido por mí, ni siquiera por ella, sino por él, para que al contemplarme, al ver que poseo lo que le pertenece en lo más sagrado de su sangre, reconozca que yo soy digno de ocupar un lugar junto a su sombra.
El espectáculo está dispuesto con la precisión de un rito: cada detalle, desde la disposición de las luces que bañan este salón con un resplandor dorado y si