527. La mansión del mar.
Narra Dulce.
El avión se desliza como si no hubiera gravedad, como si todo lo que pesa en la tierra se quedara atrás: las culpas de mamá, los silencios en el internado, las noches frías sin saber quién soy de verdad. Allá abajo todo se achica, se borra, y acá adentro somos solo Tomás y yo, suspendidos en una burbuja de aire donde nada malo puede alcanzarme.
Él me sonríe con esa calma rara que tiene, como si ya supiera lo que va a pasar antes de que pase, y yo me dejo envolver en esa seguridad que me da. Me hace sentir importante, única, como si el mundo entero hubiera estado esperándome para llegar hasta acá.
Todavía tengo en la cabeza lo que me dijo antes de subir al avión.
Mi papá.
Que vive.
Primero me lo había negado. Con voz seria, convencido, me dijo que estaba muerto, que lo olvidara, que no valía la pena buscarlo en los recuerdos. Y yo, ingenua, le creí. No había motivos para dudar, si toda mi vida fue un rompecabezas con piezas faltantes.
Pero ahora… ahora cambió las reglas. D