524. El cerco.
Narra Tomás Villa.
La carretera es un río oscuro que se bifurca, se alarga, se tuerce bajo mis manos, y yo la domino con la calma de quien no conduce un coche sino su propio destino, con la frialdad de un cirujano que sabe dónde cortar para que la sangre no se derrame en vano. A mi alrededor, la noche se espesa, el viento golpea con ráfagas violentas contra los vidrios, y los faros de los vehículos que nos persiguen regresan, más cercanos, más agresivos, como lobos que ya han probado el olor de la presa y no piensan renunciar a su caza.
Dulce se aferra al asiento, sus ojos buscan los míos con esa mezcla de angustia y fascinación que se agita en ella cada vez que me ve enfrentar la muerte como si fuera un juego. Yo siento su respiración acelerada, casi animal, el temblor de sus muslos bajo mi mano, la tensión de su cuerpo que, en lugar de apartarse, se inclina hacia mí, como si quisiera confundirse con mi fuerza.
—Tomás... —su voz quiebra el aire, un susurro cargado de miedo, pero tamb