508. El peligro latente.
Narra Dulce.
A veces pienso que la verdadera amenaza no está en lo que Tomás dice, sino en lo que calla, en los silencios que deja suspendidos en el aire como trampas invisibles que yo misma activo cuando intento descifrarlos. Estoy en su departamento otra vez, ese espacio que se me ha vuelto demasiado familiar, con los ventanales enormes que dejan entrar una luz fría, esa que no acaricia sino que desnuda, mostrando cada mota de polvo, cada imperfección en los muebles pulidos. Me siento en el borde del sillón, con las manos entrelazadas, esperando que aparezca, escuchando apenas el eco de mis propios pensamientos, cuando lo veo entrar con una sonrisa que no es alivio sino advertencia.
—Estás nerviosa —dice, sin necesidad de mirarme mucho, como si lo supiera desde antes de entrar—. Eso me gusta.
—No estoy nerviosa —respondo con rapidez, pero el temblor en mis dedos me traiciona, y sé que lo nota porque su sonrisa se ensancha, como si yo misma lo confirmara.
Se acerca despacio, siempre