500. Necesito hablar contigo.
Narra Jean-Pierre.
No hay nada más insoportable que la impotencia, esa sensación áspera que se clava en la boca del estómago como una astilla de hierro que uno no puede arrancarse, que crece con cada respiración hasta ocuparlo todo, hasta manchar los recuerdos más nobles con un velo de fracaso. Así me siento yo, sentado en esta habitación húmeda, con los mapas, las notas, los papeles arrugados y el expediente de Villa desplegado sobre la mesa como un cadáver abierto que no me revela lo que necesito. He intentado rescatarla, he movido piezas, he arriesgado más de lo que un hombre debería arriesgar, y sin embargo Dulce sigue atrapada en las fauces de ese monstruo elegante, esa sombra que sabe ocultarse detrás de las formas más refinadas. Y yo, Jean-Pierre, que he enfrentado a hombres viles, que he visto la muerte de cerca, me descubro desnudo frente a la astucia de Tomás Villa.
Cierro los ojos, respiro hondo, y vuelvo a repasar cada detalle del expediente que Gomes me entregó en aquel e