491. Princesa cautiva.
Narra Dulce.
Despierto con la certeza de que el tiempo ya no me pertenece, como si hubiera quedado suspendido en una tela de araña invisible que me envuelve los sentidos y me arrastra sin clemencia, y no sé si ha pasado una noche o una eternidad desde la última copa de champagne, desde la última palabra que Tomás susurró junto a mi oído, desde la última caricia que me dejó ardiendo la piel como si el fuego mismo hubiera decidido instalarse en mis venas, y al abrir los ojos me encuentro en una habitación que no reconozco del todo, iluminada por una luz suave que se filtra a través de cortinas pesadas, con un aroma dulzón a jazmín que me embriaga antes incluso de haberme movido.
Me incorporo lentamente, el cuerpo me pesa como si estuviera hecho de plomo y miel al mismo tiempo, y sobre la silla frente al espejo me espera un vestido de seda color marfil, ligero, casi transparente, como si estuviera hecho para enredarse en la piel más que para cubrirla.
—Buenos días, princesa —su voz me so