489. El veneno dulce.
Narra Dulce.
Nunca supe en qué momento exacto las noches empezaron a confundirse, cuándo el reloj dejó de ser un límite y pasó a convertirse en una broma, como si el tiempo mismo estuviera a su merced y no al mío, como si cada gota de ese champagne que Tomás me sirve con una sonrisa y un gesto elegante fuera capaz de borrar las líneas que separan el ayer del hoy, y el hoy del mañana. Al principio lo tomaba como un juego, un lujo frívolo en copas altas que brillaban bajo la luz amarillenta del velador, una excusa para sentirme distinta, como si perteneciera a un mundo al que jamás creí tener acceso; después empecé a entender que aquello no era sólo alcohol, que había algo más escondido entre las burbujas, algo que me hacía sentir ligera, flotando, como si mi cuerpo no me perteneciera por completo y mi mente se disolviera en una niebla dulce y pegajosa de la que no quería escapar.
Tomás me mira siempre con esa calma que me desarma, con la paciencia del que sabe que el fruto caerá solo,