482.  Lo último que entiendo.

Narra Dulce.

Tomás me sostiene, y por un instante siento que ese contacto es lo único que me impide caer en un vacío del que no habría regreso; sus brazos me aferran como si fueran el último refugio, y sin embargo, al mismo tiempo, me queman, porque el calor que desprende su cuerpo no se parece a un consuelo, sino a un incendio que me envuelve y me consume sin que yo pueda escapar. Quiero alejarme, decirle que no, gritar que todo está mal, que nada debería estar ocurriendo de esta manera, pero el champagne me enturbia la cabeza como una neblina espesa, la música se cuela por debajo de mi piel con la fuerza de una corriente eléctrica, y mi pecho se agita como si buscara desesperadamente un ritmo propio que ya no encuentra.

Él no se mueve de forma brusca, no irrumpe, no me arrebata nada con violencia; se limita a apretar apenas un poco más, lo suficiente para que mi mente todavía intente creer que sigo teniendo el control. Sus dedos se pierden en mi cabello, lo recorren despacio, casi c
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