481. El espejo roto.
Narra Dulce.
Yo no dejo de pensar en Sami, en esa cara suya que siempre encuentra el modo de provocarme una carcajada aunque todo se venga abajo, en esa voz que me gritaba que me dejara de joder cuando me ponía demasiado intensa. No puede ser que esté lejos, no puede ser que de pronto haya decidido abandonarme sin más, después de tantas cosas que pasamos juntas. Y por eso me aferro a la idea como si fuera la única cuerda que me sostiene: quiero verla, necesito verla, aunque sea un minuto. Camino por ese salón enorme como si fuera una jaula de oro, con esos tapices que me miran desde las paredes, con esas lámparas que parecen reírse de mi ansiedad, y lo miro a Tomás con descaro, como si quisiera arrancarle la verdad a fuerza de insistencia.
—Quiero hablar con ella. Ahora —le digo, y cruzo los brazos, aunque sé que me tiemblan los dedos.
Él me observa con esa calma que me desconcierta, como si el tiempo no le pesara en lo más mínimo, como si cada gesto mío fuera parte de una danza que é