470. La mano que me retiene.
Narra Sami.
La habitación está en penumbra. Huele a vino caro, sudor y perfume masculino. Huele a despedidas. A sangre vieja.
Mis muñecas están atadas con una cuerda de nylon. Me cortan. Cada movimiento es una pequeña victoria y una nueva herida.
Tengo un labio partido, un ojo semicerrado, y todavía siento el sabor del miedo en la garganta.
Pero no estoy muerta.
Eso significa que todavía hay algo que puedo hacer.
Dulce me vio. Me vio. Con esos ojos de animal salvaje al que finalmente le cerraron la jaula. Me miró como si pudiera salvarme. Como si yo fuera lo único real en todo esto.
Qué ironía. La única que no mató, soy yo. Y la única que aún puede hacerlo... también soy yo.
Cierro los ojos. Escucho pasos lejanos. Voces apagadas. El acento frío de ese asesino elegante y la voz de Dulce, quebrada, pero erguida.
Aguantá, Sami. Solo un poco más.
Mi derecha está dormida. Pero la izquierda... la izquierda aún puede. Estiro el brazo lentamente, hasta rozar la pata metálica de la silla. Hay