469. El arte de dejar ir.
Narra Jean-Pierre.
La lluvia golpea los ventanales con un ímpetu casi humano, como si intentara colarse a través del cristal para suplicarme algo que nunca voy a conceder; el sonido es persistente, constante, una letanía líquida que envuelve la casa entera, y pienso que hasta el cielo hoy se ha permitido el lujo de llorar, pero yo… yo elegí no hacerlo.
Camino hasta el salón con dos copas de vino, y el peso frágil del cristal, tallado en una espiral que recuerda a la piel de una serpiente enroscada, se siente más vivo que muchas personas que he conocido. Sirvo el cabernet francés más oscuro que guardaba para una celebración, una cosecha que se merecía risas y aplausos, pero que ahora se ofrece como un brindis a la muerte de algo que casi fue.
Ella está ahí, sentada en el sillón, la bata de seda negra cayendo como un susurro sobre sus hombros, las piernas cruzadas con una calma fingida, las muñecas apenas temblando, un movimiento mínimo que delata todo lo que intenta ocultar. No dice na