47. El fuego en la garganta.
Narr Lorena.
Lo sé desde que Bianca me pasó el mensaje en el baño, con el labial corrido y la mirada tensa como un cable a punto de estallar: “Quiere verte a solas. Esta noche. En la oficina. Nadie más.”
Tragué saliva.
No dije nada. Asentí, como quien acepta la última copa antes de enfrentarse a la guillotina.
No soy tonta.
Sé cuándo un hombre como Ruiz está preparando una emboscada.
No por lo obvio, sino por lo silencioso.
Porque cuando Ruiz deja de gritar, es que empezó a pensar.
Y si empezó a pensar, es porque ya sospecha.
De mí.
De todo.
Me duché con las luces apagadas, como si eso pudiera borrar el miedo.
Me vestí con algo que sé que le gusta: falda de cuero, blusa blanca sin sostén, botas hasta la rodilla.
Maquillaje sutil.
Perfume letal.
El tipo de imagen que lo desarma y lo excita a la vez.
Pero también escondí un cuchillo entre las costuras del cinto.
No porque planee usarlo.
Sino porque necesito sentir que, si la noche se pudre, puedo al menos llevarme su sangre conmigo.
Cr