46. A cada santo le llega su Lorena.
Narra Ruiz.
Uno sabe que la traición está cerca cuando el silencio de los leales empieza a pesar más que los gritos de los enemigos.
La oficina huele a cigarro y sudor frío. Afuera llueve con rabia. Dentro, yo camino como si cada paso midiera el eco de mi imperio. Los espejos me devuelven una imagen cansada, sí, pero también una mirada que no aprendió a retroceder nunca.
Mi celular vibra, claro que no contesto. Estoy esperando otra llamada.
Ella me habló anoche.
No directamente.
Pero sí con los ojos.
Lorena me preguntó por la base del sur.
No cualquier base. No cualquier rincón perdido en este infierno. Sino *esa* base: la que sellé con muertos, con recuerdos, y con secretos que ni Dios podría bendecir.
Y si ella preguntó por eso... es porque ya lo sabe.
La noticia llega como un rayo en medio de la tormenta: uno de mis hombres, el mismo que resguardaba los accesos al sector, fue encontrado con un tiro entre los ojos. Limpio, profesional, sin firma... pero yo reconozco el estilo.
No es