467. Ojos en la sombra
Narra Sami.
Me mantengo oculta detrás de una columna, pegada al frío del cemento, con la espalda rígida y los músculos tensos, mientras la lluvia golpea mi capucha y resbala por mis mejillas como si intentara borrar mi rostro. El corazón me late en un compás frenético, un tambor sin descanso que no sabe si está tocando para la guerra o para la huida. La noche se ha convertido en una losa sobre mis hombros, una presencia espesa que me aplasta y me obliga a contener hasta el aire; cada ruido —el golpeteo de las gotas, el crujir de un charco pisado a lo lejos, el zumbido de un motor que se aproxima— se siente como una amenaza que respira demasiado cerca.
Mis dedos, entumecidos, buscan la costura rota de mi abrigo como un ancla inútil; el vapor de mi respiración se escapa en nubes cortas que el viento arrastra hacia la oscuridad.
Entonces lo veo: el auto negro, ese mismo que tantas veces anunció problemas, deslizándose hacia la plaza como una sombra que conoce el camino. Lo reconozco sin