456.  Estatua de medianoche.

Narra Jean-Pierre.

La madrugada tiene esa textura líquida que me gusta. El silencio no es silencio: es una forma delicada de música. Ella duerme desnuda sobre las sábanas revueltas, y el aire acondicionado hace que su piel se erice con un pudor que no le pertenece. Es joven, sí. Pero no inocente. Esa es la trampa. Su cuerpo dice aprendí demasiado pronto, pero su respiración aún tiene la cadencia torpe de una chica que no sabe mentir del todo.

Me levanto de la cama sin hacer ruido. Tomo mi copa de coñac y camino por la habitación a oscuras, dejando que la penumbra recorte las líneas de su figura. Se ha dormido con el cabello suelto, esparcido como tinta sobre la almohada. Tiene una pierna doblada, la cadera alzada apenas. La línea de su espalda, ese arco frágil entre los omóplatos, me recuerda una vez más por qué la perfección existe: para ser contemplada, poseída, archivada. No necesariamente amada.

Una criatura como esta no puede quedarse en libertad. El mundo la va a triturar. Mejor
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