457. Casi humano.
Narra Bruno.
No huele a encierro, o al menos no al encierro que conocí antes, ese que apesta a óxido, a humedad agria, a sudor viejo y miedo acumulado; aquí el aire lleva un perfume distinto, casi insultante: lino caro recién planchado, medicación importada con ese aroma limpio y químico que se queda en la garganta, madera encerada que brilla como si cada superficie hubiera sido acariciada por manos invisibles y obsesivas. Esta celda no tiene barro pegado en los rincones ni cucarachas que se asoman a la noche; tiene una cama que no cruje ni siquiera cuando uno se revuelca en pesadillas, un baño privado sin cámaras visibles, y un par de libros que nunca pedí, colocados como si alguien quisiera regalarme la ilusión de que puedo elegir en qué mundo meter la cabeza. Eso es lo peor: que todo, desde la textura de las sábanas hasta el silencio medido, parece sacado de un cuarto de hotel en el que se entra por voluntad propia y no como un animal cazado.
Los brazos me los arreglaron con una ef