447. El perfume de la trampa.
Narra Dulce.
Me despierta el olor. No el del miedo, ni el de la pólvora, ni siquiera el del sudor de Bruno, que todavía tengo pegado en la memoria como una fiebre que no baja. No. Me despierta un olor dulce, elegante… a violetas.
Al principio pienso que lo soñé. Que estoy en otro de esos laberintos de sangre y terciopelo donde Jean-Pierre me mira como si yo fuera la Venus de Milo y él el escultor con complejo de Dios. Pero cuando abro los ojos, veo a Sami sentada en el borde de la cama, con una expresión que me hace incorporarme al instante.
—Dulce —me dice, con ese tono suave que usa solo cuando va a decirme algo que no me va a gustar—. Llegó esto.
Me entrega un sobre. Papel grueso, blanco marfil, con bordes dorados. La letra parece sacada de una novela de época, y cuando lo acerco, el perfume se intensifica. El mismo aroma que llevaba Jean-Pierre la noche que lo conocí. El olor a mentira con modales franceses.
Rompo el sello. Leo. Y por dentro algo se parte.
“Mademoiselle, la perfec