429. La oferta.
Narra Bruno.
La llamada entra pasadas las tres de la mañana. No suena. Vibra. Porque así se maneja esta clase de cosas. Porque cuando hay cien mil dólares en juego, nadie quiere testigos. El número aparece sin nombre, pero reconozco el código. Uno de los Dragomir. Una familia que hace negocios con cuchillos y sonrisas falsas desde antes que yo supiera sostener un arma sin temblar. La voz del otro lado es seca, cortante, como si me hablara desde una cueva sin oxígeno. Solo dice lo necesario:
—Confirmado. Cien mil. Viva. En veinticuatro horas.
Nada más. No hay despedida. Ni “gracias”, ni “te estamos esperando”. Solo el clic sordo de un destino trazado y la promesa implícita de que, si no la entrego, vendrán por mí.
Cuelgo sin pensar, pero la mano me queda tensa, dura, como si aún sostuviera esa decisión. Giro la cabeza despacio. La habitación está casi a oscuras, salvo por la lámpara que dejé encendida en la esquina, esa luz suave que no despierta del todo pero tampoco deja dormir profu