430. Animal salvaje.
Narra Bruno.
La noche está en silencio, pero no es un silencio limpio. Afuera llueve apenas, como si el cielo transpirara. El ventilador hace un ruido agudo en el techo, y ella se mueve en la cama como si luchara contra fantasmas. Me despierta su respiración entrecortada. Una especie de gemido ahogado. Me acerco. El rostro de Dulce está torcido por una pesadilla que no la suelta. La llamo en voz baja, la toco. Se despierta de golpe, como si viniera de un abismo. Tiene los ojos abiertos como platos y la piel empapada.
Llora sin ruido. Sin teatro. Se sienta en la cama y me abraza sin pedirme permiso. Su cuerpo tiembla. Me habla bajito, como si las palabras fueran espinas que se clava al decirlas. Me cuenta de su infancia, de Brisa, de una casa que olía a encierro, de la sensación de estar sola incluso cuando había gente alrededor. Me dice que tiene miedo. Miedo real. Miedo de nunca encontrar a Ruiz. De que todo esto haya sido en vano. Que quizá ya esté muerto. O peor: que nunca la haya