397. Soy un grito con piercings.
Narra Dulce.
Me dejó encerrada.
Escuché el *clic* seco, cruel, como una sentencia sin juicio. Como si mi voz fuera humo. Como si todo lo que grité, lo que lloré, lo que escupí con rabia y con verdad, no significara nada más que ruido molesto. Un mosquito reventado contra su culpa.
Y ahí se fue.
Otra vez.
Y me dejó del otro lado.
Sola.
Aunque no es soledad lo que siento. Es algo peor. Es estar conmigo. Con esta cosa que soy cuando no hay nadie para distraerme.
Camino en círculos por el cuarto como una perra de refugio, encerrada en jaula chica. Las maderas crujen bajo mis pies descalzos, los bordes de la alfombra raspan, el ventilador gira con esfuerzo y apenas si empuja el aire caliente, espeso, que huele a encierro y a perfume viejo. No alcanza. Nada alcanza.
—Hija de puta… —susurro, y siento cómo me arde la garganta desde adentro. Grité tanto que tengo la voz hecha astillas.
Me tiro a la cama. Me revuelvo. Me arranco la remera como si fuera una piel que ya no quiero. Después el shor