372. Fiebre de vidrio.
Narra Lorena.
El mundo se reduce a esta habitación blanca, inmóvil, perfumada de desinfectante y luz artificial. Cada rincón parece diseñado para anular el pensamiento. Para empastar los sentidos. Pero el cuerpo... el cuerpo recuerda. Y duele.
Tengo la boca seca, un zumbido constante en la cabeza, y las muñecas marcadas de tanto luchar contra las correas. Pero esta vez, una mano ya no está atada. Solo una.
No sé si fue error, trampa, o parte del show.
Me arrastro. Como un animal lastimado. Como una mujer que ya no puede esperar ser rescatada.
El piso está frío y perfecto. No hay polvo, no hay grietas. Todo lo que hay es una línea de espejo sobre una pared lateral, más decorativa que funcional. Me acerco a ella como si fuera una ventana. Como si pudiera ver más allá de mí.
Y ahí está.
El truco.
Un leve temblor en el reflejo. Una distorsión sutil.
No es un espejo verdadero.
Lo golpeo con el puño, con la muñeca libre. Una, dos, tres veces. Hasta que se estrella. El vidrio se astilla como