366. El descenso del director.
Narra Tomás Villa.
No hay música.
No hace falta.
El verdadero silencio es una orquesta cuando el mundo contiene la respiración, cuando cada alma expectante se inclina hacia adelante, atrapada en una pausa que no entiende, pero intuye como trascendental.
Yo soy esa pausa.
Yo soy el vértice de todos los ojos. Incluso de los que no se atreven a mirar.
Desciendo.
Los escalones del palco crujen, pero no por viejo: por historia. Porque cada paso mío en este teatro resucita algo. Un vestigio de lo que fui. Un eco de lo que soy.
El pasamanos de madera fue pulido hace tres días. Mandé a lijarlo yo mismo. Ordené cada mínimo detalle: el barniz, la temperatura del aire, la calibración de las luces cenitales. Nada de esto está aquí por azar.
Esto es diseño.
Esto es destino.
Este es mi acto final.
Ruiz me espera en el centro del escenario.
De pie.
Inmóvil.
Como un gladiador al que todavía no le mostraron al león.
Y sin embargo, lo sabe.
Sabe que el rugido está cerca.
Lo lleva en la espalda, apretán