362. La verdad sin máscara.
Narra Lorena.
No sé cuánto tiempo pasó desde que escuché la primera nota, esa vibración lejana, ese murmullo que trepa por los muros como una serpiente hecha de sonido. Una nota real. No un recuerdo ni un eco ni una alucinación, sino algo concreto. Un piano. O quizás un teclado digital emulando con torpeza la dignidad de la madera y el marfil. No es una melodía, no todavía. Es más bien un zumbido con pretensiones de armonía, como si alguien estuviera afinando una orquesta con los huesos de sus víctimas, sacándole música a la tensión, al temblor, al espanto mismo.
El aire en la sala donde me tienen ya no es el mismo. Antes tenía ese perfume dulzón, impostado, mezcla de desinfectante y rosas marchitas, como si intentaran enmascarar el encierro con una fragancia que no engañaba a nadie. Ahora huele a madera quemada, a electricidad derritiendo cables, a algo que se acerca demasiado al caos como para no tener consecuencias. Y eso me dice algo. Me lo dice sin decirlo: el show empezó. Y lo q