359. Crónica de los huesos vivos.
Narra Ruiz.
Lo supe en el acto. Ni siquiera por lógica, ni por análisis, ni por esos reflejos entrenados para detectar falsificaciones en medio segundo. Lo supe con el cuerpo. Con la piel. Lo supe apenas la luz cambió de ángulo y la sombra de su rostro se dibujó en el aire como un mal recuerdo que nunca terminó de pudrirse. Me golpeó en la cara como una memoria oxidada que se niega a desaparecer.
No era un truco de video. No era una doble. No era, para nada, un montaje como los que tantas veces usé yo para desquiciar a enemigos que nunca supieron cuándo habían empezado a perder.
Es ella.
Lorena.
Con la cabeza apenas ladeada, como cuando creía que iba a romperme el corazón y no lo lograba, como cuando dudaba si besarme o matarme. Con ese vestido rojo, ese maldito vestido que alguna vez usó para seducir y asesinar en la misma noche, como una diosa vengativa con olor a sangre y perfume barato. Y con esa mirada perdida, rota, desenfocada… como si no estuviera del todo despierta o como si