332. Hormigas en la miel.
Narra Dulce.
Las paredes de este lugar tienen olor a jarabe dulce. Como si alguien intentara cubrir algo con perfume. Como si quisieran hacerme creer que acá nadie sangra, que nadie grita, que todo es blando, tibio, controlado. Pero yo aprendí temprano que las cosas que huelen demasiado bien son las que más cuidado requieren.
La señora ya no me cuida sola. Desde hace una semana, aparece este tipo nuevo. Se llama Matías. Tiene la sonrisa mal puesta, como si le costara que se le arrugue la cara para sonreír, como si le hubieran enseñado en una clase cómo ser amable con una nena. Es joven, pero no tanto. Usa zapatillas deportivas, perfume barato, y siempre lleva algo en los bolsillos: llaves, caramelos, miedo.
—¿Qué hacías antes? —le pregunté el primer día, mientras él me servía el desayuno con manos que temblaban un poco—. Antes de venir acá, digo.
Él me miró, como si no esperara que yo hablara. Como si estuviera en frente de una muñeca que de repente pestañea.
—Trabajaba con gente —dij