311. Acto Final.
Narra Tomás Villa.
Todo en la vida es ritmo.
El de la sangre, el del pulso, el del deseo.
Y, por supuesto, el del relato.
Hoy me levanté con una sensación distinta.
No se trataba del clima —el sol, por cierto, era obscenamente impreciso, de esos que brillan sin calentar nada—. Era otra cosa. Una vibración leve. Como si el telón hubiera comenzado a alzarse sin que nadie diera la orden.
Y sin embargo, yo soy el único director.
El teatro de la mente es más eficaz que cualquier bomba.
No deja escombros.
Deja dudas.
Ruiz.
Lorena.
Dulce.
Gomes.
Incluso Brisa, esa criatura llena de cicatrices hermosas.
Cada uno de ellos es una pieza.
Y yo el autor.
No de sus vidas, por supuesto.
Eso sería arrogante.
Pero sí de cómo van a recordarlas.
Porque la memoria es el único lugar donde una historia se vuelve eterna.
Mi café tiene la temperatura justa.
El periódico está donde debe estar.
Las cámaras, en su lugar.
Una sombra pasa frente a la ventana.
No la observo directamente.
Sería grosero.
Pero tomo n