310. Código muerto.
Narra Gomes.
Algunos días no se olvidan.
No por lo que traen.
Sino por lo que prometen.
Hoy es uno de esos días.
El mensaje llegó esta mañana, a través de un viejo contacto que aún me debe más favores de los que puede pagar.
Un fragmento de código interceptado entre dos direcciones desconocidas.
Uno de esos lenguajes de mierda que parece salido de una novela de espías de los 70.
Pero hay algo ahí.
Una estructura.
Un ritmo.
Lo reconozco.
No por saberlo.
Por haberlo visto antes.
En los borradores del primer libro de Lorena.
En el estilo de edición.
En los comentarios ocultos en los márgenes que ella nunca escribió.
Un lenguaje entre dos personas que creen estar por encima de los que los leen.
Y puede que lo estén.
Pero no de mí.
Llevo semanas sin dormir más de tres horas.
Como mal.
Me hablo solo.
La obsesión es un país sin fronteras.
Y yo tengo ciudadanía completa.
En la pantalla, las líneas del mensaje brillan como una amenaza muda:
“El último acto merece un escenario digno. El tigre