285. Nadie le teme al espejo.

Narra Lorena.

Hay días en que el sol entra por la ventana como un perdón.

Y otros, como hoy, en que no entra nada.

No es que esté nublado.

Es que el aire se volvió espeso, sucio, como si alguien hubiera soplado tristeza por los ductos de ventilación.

Las otras presas lo notan. Lo siento en cómo bajan la voz.

En cómo se mueven por los pasillos sin hacer ruido, como si el suelo pudiera explotar si pisan fuerte. Y me pasa también a mí. Estoy escribiendo. La segunda parte. El libro.

Tomás me consigue hojas nuevas cada semana, para mis apuntes. Hojas amarillas, con el borde casi artesanal, como si creyera que eso me inspira.

No me inspira.

Pero me ayuda.

Me da la sensación de que algo avanza, aunque todo esté detenido.

Estoy en el en que “Él” deja la ciudad.

“Él” es Ruiz, claro. Aunque en el libro se llama de otro modo.

Le cambié el nombre por uno suave. Intocable.

Para que la gente lo admire sin saber a quién.

Para que él —si alguna vez lo lee— entienda que no hay nombre qu
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