281. La grieta en la sangre.
Narra Ruiz.
No escucho primero.
Huelo.
La sangre, aunque esté seca, tiene un perfume que reconozco de lejos. Como el de una mujer que amaste mucho y ahora te da asco. Como el vino barato que se quedó abierto tres días. Ácido, oxidado, traicionero.
El pasillo huele a eso.
Y yo no soy un tipo supersticioso. No creo en señales ni en presentimientos, pero algo en mí —algo viejo, enterrado, quizás Brisa lo llamaría “el bicho de la intuición”— me da la señal antes de que el guarda siquiera abra la boca.
Stan no me atiende.
La línea va directo a buzón.
Y eso ya es suficiente para que mande a dos hombres a la casa.
Solo por protocolo, me digo.
Solo por rutina.
Mentira.
A los cuarenta minutos, uno de ellos me llama. No dice mucho.
No puede.
Vomita.
Lo que dice alcanza.
“Están todos muertos, jefe. Todos menos… ella. Ella no está.”
Silencio.
¿Quién?, pregunto. Ya sé la respuesta.
“La nena. No está la nena. Y Brisa… Brisa está hecha mierda, jefe. Le partieron la cabeza contra la pared.”
Podría ro