246. La sonrisa en el espejo.
Narra Ruiz.
Vuelvo de dejar a Dulce en la escuela. La veo entrar con su mochila de lentejuelas plateadas, el peinado perfecto que le hizo Consuelo, su niñera, y esa forma de caminar que ya deja claro que va a mandar sobre todos.
Tiene apenas ocho años y ya aprendió a manipular sin que nadie se dé cuenta. Si no le dan el premio de mejor oradora este año, va a chantajear a la directora. Estoy seguro.
El Mercedes negro me espera en la esquina. Subo, cierro la puerta y me acomodo los gemelos de la camisa. El chofer no dice una palabra. Solo maneja, como debe ser. Nadie me habla si yo no doy permiso.
Al llegar a la casa —la casa nueva, la que parece más una fortaleza que una mansión—, ya está esperándome ella. Brisa.
Su valija Louis Vuitton está apoyada al lado del sofá, sus anteojos de sol negros aún puestos, y un perfume empalagoso llena el aire apenas entro. Chanel, uno de esos frascos carísimos que le compro, aunque no se los merezca.
—¿Qué hacés acá? —le digo sin mirarla.
—Volví de Pa