245. El espejo de las bestias.
La ciudad está podrida, pero huele distinta cuando tenés miedo.
Hace días que no duermo bien. El teléfono suena en horarios que no deberían existir. Mensajes sin número, frases sin sentido. Códigos. Nombres muertos. Referencias al pasado que nadie debería recordar.
Hoy amaneció con la noticia de un nuevo cadáver.
Ricardo “el Viejo” Méndez. Un prestamista de mierda que me negó apoyo cuando más lo necesitaba. Lo encontraron en su departamento, atado a una silla, con la lengua cortada y enterrada en un vaso de hielo. En su frente, tallado con bisturí: “Los que callan por codicia, mueren por lengua.”
Me quedé mirando la pantalla mientras Dulce desayunaba cereales con leche chocolatada.
—¿Qué estás mirando, papá?
—Nada, princesa. Noticias de viejos locos.
—¿Locos como vos?
Le sonreí. Le acaricié el pelo. Cada vez se parece menos a su madre. Y más a mí.
—Yo no estoy loco, Dulce. Yo soy... otro tipo de monstruo.
—Los monstruos no existen.
—Eso es lo que quieren que creas.
Subo el nivel de se